Iglesia y Ministerio - en camino hacia una Iglesia con futuro  
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Vanuit het Bestuur van de Nederlandse dominicanen
1/1/08

Iglesia  y Ministerio

en camino hacia una iglesia con futuro

 

CONTENIDO

Introducción

1. Esbozo de la situación
2. Qué es la Iglesia?
3. Eucaristía
4. Quienes presiden(1) en la iglesia
Literatura consultada

INTRODUCCIÓN

Durante el Capítulo Provincial de los dominicos neerlandeses, celebrado en junio de 2005, hubo una propuesta presentada por algunos grupos de dominicos en los Países Bajos. El texto de la propuesta era así:

“Se solicita al capítulo constituir lo más pronto posible una comisión de expertos, miembros o no de la Orden, a quienes se encargará la tarea de investigar los aspectos teológicos, exegéticos y de historia eclesiástica respecto a la cuestión de si el ministerio eclesial y la administración de sacramentos, especialmente de la eucaristía, están reservados expresa y exclusivamente a varones célibes ordenados, o si el sacramento tiene la posibilidad de ser administrado también por otras personas, por ejemplo por líderes, hombres o mujeres, nombrados por la comunidad eclesial. Esta investigación debería tener como resultado un documento guiador, confirmado por los dominicos neerlandeses y ofrecido a la base y a la dirección de la provincia eclesiástica de los Países Bajos.”

Esta petición recibió la aprobación del Capítulo de tal manera que la consulta tuvo como resultado una decisión incluída en las Actas del Capítulo. Bajo el título de Parroquias a la luz de una nueva imagen de Iglesia’ se formuló el siguiente encargo:

“Un centro de fe y espiritualidad puede ser una nueva forma de ser iglesia. También ahí puede surgir el deseo de celebrar la eucaristía. Tal deseo existe ya en parroquias que no celebran eucaristía porque no tienen ministros ordenados. Por eso encargamos al Consejo de crear lo más pronto posible una comisión o grupo de trabajo de expertos que recibirá la tarea de investigar los aspectos teológicos de la cuestión si la celebración de la eucaristía depende del ministerio eclesiástico de varones ordenados o si es posible que la comunidad eclesial misma o los líderes, varones o mujeres, por ella nombrados, celebren la eucaristía. Esta investigación debería dar como resultado un documento guiador que será ofrecido por el Consejo de los dominicos neerlandeses a la provincia eclesiástica para su discusión, especialmente a las parroquias y los centros de fe y espiritualidad, con el fin principal de crear un diálogo abierto en el cual puedan participar todos los interesados. La comisión debe elaborar también una estrategia para hacer posible este diálogo abierto’ (Akten 6.8).

Esta comisión comenzó con visitas a cierto número de parroquias, para poder tomar conocimiento de cómo se pensaba sobre las cuestiones anteriormente mencionadas, qué obstaculos encontraban en la práctica, cómo veían el futuro. En ninguna parroquia se encontró un consenso absoluto al respecto: ellos mismos resultaban preguntando y dudando sin visión clara de cómo se debería o podría proceder en estas cuestiones.

En estas conversaciones, no obstante, se pudieron escuchar puntos de convergencia, especialmente sobre la relación dificultosa bastante generalizada que se experimentaba con la autoridad eclesiástica en las varias diócesis neerlandesas. Prevalecen en muchos fieles sentimientos de disgusto sinceros respecto a la situación actual, que se experimenta como penosa y desalentadora. Se desea aparentemente un esclarecimiento de los varios temas en juego.

Lo siguiente pretende ser un intento de esclarecimiento. El texto fue escrito por la comisión formada por el Consejo: André Lascaris o.p., Jan Nieuwenhuis o.p., Harrie Salemans o.p., y Ad Willems o.p. Se intentó ilustrar, de una manera útil y práctica, los principales aspectos del tema: la imagen de la Iglesia, los sacramentos y especialmente la eucaristía, y el ministerio de quien preside la celebración eclesial.

Este documento fue aceptado por el Consejo de los dominicos neerlandeses y el Consejo lo distribuye. No se pretende presentar una directiva o una doctrina sino una contribución a una discusión renovada y profundizada. Pretende ser una ayuda para salir del estancamiento actual y, en lo posible, iniciar una conversación que pueda ser provechosa para muchos en su vida espiritual.

11 de enero de 2007
El Consejo de los dominicos neerlandeses

1. ESBOZO DE LA SITUACIÓN

El que quiere mirar, a vuelo de pájaro, la situación actual respecto a ‘Iglesia y ministerio’, se encuentra con prácticas e ideas muy diversas en los encargados de la supervisión o ejecución de reuniones eclesiales dentro y fuera de las parroquias. Es más que todo claro que hay una diferencia fundamental entre las ideas y las prácticas de las autoridades oficiales, por un lado, y la práctica diaria, por el otro, es decir de los responsables de las celebraciones semanales en su comunidad eclesial.
       Aquí abajo se describe muy provisionalmente cuál es la situación en estos puntos y con qué se topa uno en el manejo diario de las cosas.

Situación

Existe una política fija y uniforme, por orden superior, especialmente en cuanto a presidir las celebraciones eucarísticas – y a veces también en la administración de otros sacramentos – así: solo el sacerdote ordenado puede presidir una celebración de la eucaristía – y también en la administración de la unción de los enformos y en la predicación; en ausencia de tal sacerdote ordenado es incuestionable la imposibilidad de celebración eucarística.

Hace algún tiempo se explicó esta posición así (periódico Trouw, el 25 de marzo de 2006): ‘”Según la doctrina de la Iglesia las celebraciones de la palabra y de la comunión son un trabajo a medias: estás en la iglesia pero no asistes a una eucaristía. Pues un trabajador pastoral no puede ‘convertir’ pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo. El o ella pueden solamente distribuir las hostias anteriormente consagradas por un sacerdote en una celebración eucarística.” Poco después el obispo Hurkmans de ’s-Hertogenbosch, encargado por la conferencia episcopal para la liturgia, escribió en el mismo periódico: “Celebraciones de la palabra y de la comunión pueden jugar un papel muy valioso en aquellas regiones donde no hay posibilidad de celebración eucarística. Pero si una celebración de la palabra y de la comunión se presenta constantemente en el menú litúrgico como alternativa equivalente de la eucaristía, subvaloramos el significado único de la eucaristía para la vida de la Iglesia. Así construimos la iglesia de mañana sobre un base demasiado débil’ (el 6 de abril de 2006).

Esta posición no resulta compartida por una parte probablemente grande de los trabajadores en el terreno.  Muchas parroquias y comunidades eclesiales se encuentran ante el hecho concreto de que ahora o dentro de poco ya no hay dispobible sacerdote ordenado y de que no hay mejoramiento de esta situación a la vista. La jerarquía trata de evitar esta creciente escasez, por una parte, importando sacerdotes ordenados del exterior, y, por la otra, con una política de regionalización: juntar parroquias en una región donde un sacerdote debe servir a varias parroquias. Muchas comunidades de la base no están contentos, por decir lo menos, con esta situación y por aquí o por allá tratan de escapar a esta política.
     Una objeción fundamental de estas comunidades eclesiales contra esta política es que la jerarquía oficial antepone con eso principalmente la protección del ministerio sacerdotal en su forma actual al derecho de la comunidad eclesial a la eucaristía. Seguir las oraciones eucarísticas oficialmente aprobadas y, sobre todo, pronunciar las palabras de la consagración no solamente es más importante que la comunidad de fieles, sino también se ve y se utiliza como un poder exclusivo, reservado al sacerdote ordenado.
     Para muchas parroquias y comunidades eclesiales estas estructuras están en discusión, no solamente por la necesidad de las circunstancias sino también porque la visión respecto al significado y la adminstración de la eucaristía ha cambiado desde el Concilio Vaticano Segundo. En general, la política en torno a la adminstración de la eucaristía y también de los demás sacramentos está en crisis. Lo siguiente sirve, por un lado, para analizar e identificar la crisis y, luego, para relacionarla en las siguientes capítulos, con datos de la Escritura y de la tradición y para encontrar una solución con base en ellas.

Puntos neurálgicos

Para salir del dilema descrito muchas parroquias y comunidades eclesiales utilizan – también en la presentación – un nombre diferente para ‘celebración eucarística’ y ‘celebración de la palabra y de la comunión’. En la primera celebración preside un sacerdote; en la segunda no se pronuncian las palabras de consagración, se distribuyen hostias consagradas antes y no preside un sacerdote. Muchas veces esto se anuncia con anticipación en el programa para que los fieles sepan y puedan eligir si quieren ir a la celebración indicada o no.
     La razón fundamental por la cual estas parroquias actúan así es que no pueden de manera diferente. Eligen esta solución por necesidad y, en su corazón, preferirían olvidar esta diferencia. Consideran ambas celebraciones de igual valor. También los fieles experimentan, en términos generales, ambas celebraciones como de igual valor, con ninguna o poca diferencia. Una buena parte del pueblo que va a la iglesia valora una celebración de la palabra y de la comunión tanto como una celebración eucarística en sentido propio.

Cierta cantidad de comunidades eclesiales ya no quiere hacer esta diferencia, en parte porque la distinción entre ‘celebración eucarística’ y ‘celebración de la palabra y de la comunión’ en su vivencia espiritual no es nada o poco relevante, pero sobre todo porque – según trataremos más adelante – esta diferencia encuentra objeciones de principio. A veces se habla de ‘celebración de ágape’ o de ‘celebración de comemoración’. A veces se utiliza solamente la indicación de ‘celebración de fin de semana’ o ‘celebración semanal’, sin explicitar si hay un sacerdote ordenado o no. Otros utilizan la palabra ‘celebración de emergencia’ si no hay sacerdote. La impresión general aquí es que se camina al borde de lo permitido arriba, a veces sobrepasando u ocultando los límites, sobre todo para no tener problemas. En su corazón y en su convicción religiosa las parroquias prefererían ser excusadas de la obligación de tener que hacer esta distinción.
     Se está de acuerdo en que altas cualidades pueden y deben exigirse a los llamados ministros laicos. Muchas veces deben seguir un curso de profesionalización. En algunas comunidades se requiere un período de prueba durante el cual se pueda comprobar que los candidatos disponen de suficientes capacidades para poder ejercer sus tareas adecuadamente. En ninguna parte existe la idea de que alguien, así no más, sin ninguna selección, puede ser nombrado para esta tarea. Pero sí se considera en todas partes que la elección de quien va a ejercer este ministerio es una tarea de la comunidad; por consiguiente, desde abajo, con o sin procedimientos especiales. Existe una convicción de fe profunda de que el liderazgo de la comunidad no solo debe ser apoyada y confirmada por la comunidad sino que, además, la comunidad misma, en el fondo, es la autoridad que fundamenta y legitima este liderazgo. De manera predominante se reconoce en esas parroquias o comunidades eclesiales que el liderazgo de la comunidad nace desde abajo y es designada por la comunidad misma. En el nombramiento de estos líderes no hay una distinción o cláusula anteriormente fijada de que el candidato sea varón o mujer. Que las mujeres pueden ejercer este ministerio al igual que los varones es la convicción prevaleciente.

En todos los casos la situación de hecho se experimenta como asfixiante. La diócesis prefiere claramente parroquias clericales. Las parroquias, si tuvieran la oportunidad, escogerían, por preferencia y por principio, parroquias donde tanto sacerdotes ‘ordenados’ como laicos ‘llamados’ (varones y mujeres) pudieran funcionar. Las relaciones con la diócesis son lo más abiertas posible, desde las parroquias, pero en parte se prefiere hacer las cosas sin mucho ruido. Se siente la situación actual como bloqueada desde arriba: las parroquias no pueden hacer lo que quisieran desde el punto de vista pastoral.

Por eso, en varias parroquias ya existe un ‘plan de emergencia’ más o menos elaborado sobre qué hacer cuando la autoridad intervenga y prohiba ciertos desarrollos. A veces no hay disposición para aceptar a cualquier ministro sacerdote nombrado por la misma autoridad. Otros no quieren entregarle la llave de la iglesia al ministro nombrado por el obispo. Y otros no quieren o no se atreven a una confrontación con la diócesis. Pero, en todo caso, cada comunidad eclesial quiere mantenerse dentro del gran conjunto de la Iglesia católica. En algunas partes la relación con la diócesis se experimenta como ‘andar sobre huevos’: por un lado no todos los problemas ameritan un lío con la diócesis, por el otro da la sensación y a veces la percepción real de un choque y de no poder hacer lo que se quisiera en un caso determinado y por convicción. Se reprocha a la autoridad el querer mantener unida a la Iglesia con base en estructuras impuestas y poder. Lo que se vive como un ‘sueño’ a nivel parroquial, resulta cada vez chocando con objecciones prácticas y doctrinarias. “Pasa lo que pase”, dicen algunos, “seguimos adelante”. En contraste con esto, sin embargo, existe el miedo de muchos de que el sueño no se vuelva realidad nunca. La relación entre la autoridad y la base es, de hecho, frágil y dificultosa. No hay confianza o hay poca.

Ambigüedad

En lo anterior ya se ha mencionado que en un número creciente de parroquias y comunidades eclesiales se llega a soluciones bajo propia responsabilidad. Utilizar la distinción entre ‘celebración eucarística’ y celebración de la palabra y de la comunión’ (o algo parecido) pertenece a eso. Pero en la práctica, cuando hay necesidad, se manipula la distinción. Así, cuando se aproxima una escasez de hostias consagradas en una celebración de la comunión, se las busca a veces en otra parte, pero se siente eso, después de todo, como una solución que irrespeta la eucaristía; a veces se añaden hostias no consagradas a la cantidad de consagradas, con la disculpa de que ‘nadie lo sabe’. Entonces, eso da la impresión de que la distinción se utiliza más para no entrar en conflicto con la autoridad que por la convicción de que se trata de una distinción de contenido. Las soluciones carecen de sentido – así se siente – y son experimentadas como soluciones fantasmas o de emergencia.

Lo mismo vale para otros puntos relacionados con esta distinción. Así, en la práctica, se manipulan las oraciones eucarísticas oficialmente permitidas, sin mayor escrúpulo. Algunas parroquias dicen que las normas oficiales al respecto carecen de sentido y actúan de acuerdo con esta opinión. Muchas veces las oraciones elaboradas por el líder o por la comunidad misma son más apreciadas que las prescritas oficialmente, porque corresponden mejor a lo de la vida diaria. Con frecuencia se da el deseo – y también la práctica – de cambiar las palabras de consagración fijas por una formulación más inteligible y más correspondiente al nuevo sentido común espiritual. Aquí se da de nuevo que las palabras y acciones prescritas por la autoridad eclesiástica son experimentadas como asfixiantes y que la gente, de hecho, va por su propio camino, clandestinamente o no. Lla imagen estado total de estos aspectos se caracteriza por un alto grado de falsedad y hipocresía sin necesidad y de resistencia escondida y lo más secreta posible, y todo eso obligado por extrema necesidad. Parece que la Iglesia se encuentra en una situación de catacumbas y que por afuera no se quiere o puede saber lo que occurre por dentro.
     Una ambigüedad similar se presenta también cuando se trata de la selección y el nombramiento de los varones y de las mujeres que presiden las celebraciones de la palabra y de la comunión. Exigencias claras son impuestas a estas personas. A veces una equivalencia es requerida con el sacerdote que se nombra desde arriba y entonces se habla, por ejemplo, de un ‘equipo pastoral’ para esquivar la exclusividad del sacerdote en el conjunto.

Las finanzas jeugan un papel especial en la actual situación conflictiva entre la diócesis por un lado y muchas parroquias por el otro. Ahí también se dan puntos neurálgicos. No pocos feligreses han terminado su contribución financiera a la parroquia porque parte de ella se entrega a la diócesis. En algunas partes, se ha creado una fundación independiente, solamente para los fines pastorales y diaconales propios. Los feligreses que no quieren dar a la diócesis, pueden dar en ese fondo su contribución a la parroquia. Tal fundación tiene su propia junta, sin nexos con la junta parroquial, y contrata a los y las líderes laicos. Así la administración se realiza, en forma estructural, por doble carril, también para escapar al poder exclusivo de la autoridad.
       Por otro lado, los edificios eclesiásticos son propiedad de la diócesis, en general. Por lo tanto, la autoridad eclesiástica tiene el poder de prohibir actividades dentro de esas iglesias o, por lo menos, de hacer fuerte presión en su propio favor. Muchas parroquias experimentan también esta situación como asfixiante: se sienten atadas por lado y lado, no pueden lo que quieren, sienten que chocan contra muros inmovibles que imposibilitan lo que debería ser posible a sus ojos. La realidad financiera obliga a los fieles a obedecer las normas. No se sienten libres. La Iglesia se parece así más bien a una organización de resistencia reprimida que a una comunidad eclesial inspirada desde arriba.

Futuro

Al preguntarles qué desearían para el futuro, las parroquias contestan muchas veces: “seguir nuestro propio camino”. Esto no quiere significar un libertinaje sin controles, sino un querer hacer lo que se cree tener que hacer en el fondo, bajo su propia responsabilidad sincera y por su convicción, igualmente propia y sincera.
     Esto significa, en primer lugar, que los y las que presiden las celebraciones eucarísticas puedan ser elegidos, por principio, por la comunidad misma, es decir desde abajo.
     Esto no significa que no se quiera una confirmación o bendición u ordenación por la autoridad eclesiástica, en concreto por el obispo. Todo lo contrario, reconocen que una tal confirmación u ordenación es muy importante para el ministerio. Por tanto, quieren un ritual en que la comunidad eclesial pida y proponga al obispo que él ordene como ministros a las personas que ella misma haya seleccionado – varones y también mujeres – y en que el obispo así hiciera. Este deseo, por lo tanto, puede verse como una cooperación entre abajo y arriba: la comunidad presenta y el obispo, siguiendo la tradición apostólica, bendice y pone su sello. No se trata de que la gente no reconozca la autoridad eclesiástica. Todo lo contrario, la gente quiere que la autoridad ocupe su lugar dentro de esa tradición y que así se respete más de lo que se hace ahora.
     En consecuencia, la gente quiere también que se pronuncien las palabras de la consagración en la eucaristía conjuntamente por el o la que preside y por la comunidad (como la base y el origen de quien preside). La gente opina que pronunciar esas palabras no es un derecho/poder exclusivo del sacerdote; así tal derecho o poder sería casi algo mágico. Es la expresión de fe de toda la comunidad la que da voz a quien preside.

La tarea y el ministerio de quien preside, se democratiza fundamentalmente en esta visión del futuro. Quien preside es parte de la comunidad, uno o una de entre esa comunidad. Por otro lado, él o ella funciona precisamente en su ministerio como un ‘en frente’ independiente respecto a la comunidad; en virtud de ese ministerio él o ella tiene algo que predicar y anunciar siguiendo la tradición del Libro. Su función, por lo tanto, es doble: llamado/a por y desde la comunidad recibe de la misma comunidad la tarea de decirle lo que hay que decir. Quien preside es de la comunidad, pero el ministerio le obliga a anunciar algo por encima de esa comunidad y hacia esa comunidad. Aunque tomado/a de la comunidad y siempre miembro de esa comunidad, recibe de esa comunidad, en el sentido literal de la palabra, ‘autoridad’: tiene algo que decir y debe hacerlo, para que su ministerio tenga razón de ser.
     Ese alcance doble vale también para presidir la oración eucarística. La comunidad le confía a quien preside el signo (litúrgico) que ha de realizarse y le pide que lo realice. No es que esta persona reciba por la ordenación el poder de hacer lo que otras personas no pueden hacer. Más bien es una responsabilidad (más que un poder) lo que la comunidad transpasa a quien preside para que lo haga en favor de todos y a nombre de todos. La comunidad eleva a quien preside durante un momento por encima de si mismo/a, por decirlo así. Se retira, en cierto sentido, un momento para volverse encarnación, mano y voz de la comunidad. El gesto (litúrgico) es, por tanto, exclusivo, pero no tan exclusivo como si otorgara poder o fuera realmente excepcional. No es ‘con exclusión de’, sino ‘incluido/a, gracias a vosotros y a nombre de vosotros’.

Estadísticas

Para terminar, unas cifras. La cantidad de celebraciones eucarísticas en los Países Bajos (en fines de semana) se ha disminuido entre 2002 y 2004 de alrededor de 2200 a 1900; la cantidad de celebraciones de la palabra y de la comunión ha crecido en la misma época de 550 a 630. En la mayoría de las diócesis neerlandesas la cantidad de celebraciones de la palabra y de la comunión es más o menos la mitad de las celebraciones eucarísticas. En las diócesis de Utrecht (165 celebraciones por fin de semana en 2004) y de Breda (70) bastante por encima de la mitad. La diócesis de Den Bosch mostraba en 2004 el cambio mayor: 95 celebraciones eucarísticas menos que en 2003, y 50 celebraciones de la palabra y de la comunión más. La diócesis de Gronigen/Leeuwarden es líder: allá la cantidad de celebraciones de la palabra y de la comunión es igual a la cantidad de celebraciones eucarísticas (50 por fin de semana) en los últimos años. En la diócesis de Roermond no solo hay la cantidad más grande de celebraciones eucarísticas (530 por fin de semana en 2004), sino también la cantidad menor de celebraciones de la palabra y de la comunión. Según el portavoz Bemelmans la razón está en el hecho de que Roermond tiene muy pocos trabajadores pastorales. “Pero también se debe a nuestra política de desanimar. Llamamos a esas celebraciones: ‘eucaristía con un huequito’. La diócesis de Roermond se encuentra en una posición relativamente de lujo: dispone de suficientes sacerdotes para celebrar la eucaristía cada semana en cada parroquia. Bemelmans: “Pero también debemos cerrar iglesias, unas veinte en los últimos diez años. Abogamos desde hace años por menos celebraciones, con preferencia una misa verdadera por fin de semana. Y traemos a sacerdotes desde el exterior, por ejemplo de la India y de Argentina”. Sólo las diócesis de Haarlem y Utrecht lograron limitar de hecho la cantidad de celebraciones alternativas en 2004 y aumentar un poco las celebraciones eucarísticas. “Estamos decididos a reducir la cantidad de celebraciones de la palabra y de la comunión en nuestra diócesis”, dice Wim Peeters, portavoz de la diócesis de Haarlem.
     La discrepancia creciente entre la base de la iglesia y la política de arriba casi no puede explicarse mejor que con estas cifras.

Entre la visión estricta de la iglesia, celebraciones eclesiásticas y ministerios por un lado, y las visiones y prácticas disidentes por el otro  hay una diferencia notable. No hay duda al respecto si se toma en cuenta la información constante en periódicos, revistas, televisión y nuestro propio sondeo como se mostró aquí.
     Para poder juzgar esta situación y luego sacar algunas conclusiones, se necesita tener en cuenta la interrelación de los varios problemas señalados. En primer lugar hay que prestar atención al concepto de ‘iglesia’.

2. QUÉ ES LA IGLESIA?

Un paso olvidado

El abismo que experimentamos muchas veces de manera dolorosa se remonta al Concilio Vaticano Segundo (1962-1965). No es que los contrastes se hayan originado justamente allá. Sino que contrastes ya medio dormidos hacía tiempo se revelaron en el más ‘alto’ nivel. Un experto flamenco ponderado, que seguía ese concilio de cerca, lo constató ya en 1967. Señalaba dos corrientes divergentes, “de las cuales una deseaba seguir las vías clásicas del siglo pasado (se refería al siglo 19), mientras la otra mostraba una apertura más grande al desarrollo teológico nuevo” (mons. G. Philips: De dogmatische constitutie over de kerk (La constitución dogmática sobre la Iglesia), Amberes 1967, p. 12).

Una primera diferencia muy importante sobre ‘iglesia’ se reveló muy pronto durante el concilio mencionado. Los obispos reunidos decidieron, después de amplia discusión, un cambio en el orden propuesto de los capítulos del documento sobre la Iglesia, para poder introducir un nuevo capítulo titulado “Sobre el pueblo de Dios”. Solamente después de él, podría el documento hablar explícitamente de la jerarquía (papa y obispos).

A disgusto de los participantes conciliares ‘clásicos’ esa inserción fue aceptada y argumentada en forma corta pero tajante. Se decía que ‘el pueblo mismo y la salvación del pueblo’ eran la finalidad de la comunidad eclesial. Después se determinaba: “la jerarquía está dirigida hacia esa finalidad como instrumento”. Estrictamente, entonces, la jerarquía es secundaria. El debate sobre eso fue especialmente agudo. No es de extrañarse porque tal visión tiene consecuencias tremendas. Justamente por esas consecuencias este paso fue dejado de lado después de terminarse el concilio. Los organismos dirigentes de la organización eclesiástica central, después del concilio, no tenían ningún interés en esta otra imagen de iglesia. Se volvió ‘un paso olvidado’.

Sin embargo, la esperanza despertada en muchos nunca desapareció. Se evidenció que la Iglesia no es en primer lugar una organización jerárquica que se arma desde arriba por el papa y los obispos. No, la Iglesia es más bien el pueblo de Dios en su totalidad que peregina a través de los siglos. En ese pueblo funciona una gran cantidad de dones espirituales. Reconociendo y valorando esos dones se originó en el curso de los años una comunidad espiritual orgánica. El contenido y los nombres de esos dones espirituales eran originalmente diferentes en las varias regiones donde se recibía el evangelio. Según las necesidades locales de esa comunidad era también diferente el cuadro de las funciones oficiales.

Liderazgo en la comunidad

Uno de los dones que se manifestaba necesariamente en todas partes era el de  conducir la comunidad. Por lo general el fundador de una comunidad ejercía de por sí esa función. Pero en el período posterior al fundador, muchas veces la comunidad en su conjunto tenía la última palabra. Ella tiene que juzgar lo que, en último término, le sirve para su construcción/organización (1Cor.12,7.10;14,3-5.12.32; así J. Tigcheler: Bouwen op het fundament van apostelen en profeten (Construir encima del fundamento de los apóstoles ylos profetas), en: Speling 57 (2005), n.4, página 18).

Con el tiempo el servicio de la dirección se diversificó y se designó con distintos términos. Al lado de apóstoles y profetas surgieron también evangelistas, pastores y maestros (Ef.4,11). En las comunidades paulinas posteriores funcionaban también diáconos, supervisores (epíscopos) y un ‘consejo de presbíteros’ (1Tim.3,1; 3,8; 4,14). La transmisión de la dirección se institucionalizó en seguida. El líder elegido recibía la gracia mediante ‘palabras proféticas’ pronunciadas por el consejo de presbíteros junto con ‘imposición de las manos’.

La transmisión ritual del don de dirección y de presidencia se llamaba ‘sacramento’ en la antiguedad. Ese término se usó para muchas costumbres en la comunidad eclesial. Augustín lo usó con mucha convicción. Cuando el pueblo de fieles confirmaba la oración con su ‘amen’, él lo llama ya ‘sacramento’. Eso partió de la convicción de fe de que todas las acciones dentro de una comunidad eclesial tienen algo de sacramental porque presentan lo sagrado mediante signos y acciones visibles. Solamente muchos siglos después se reservó el término ‘sacramento’ para los siete que conocemos ahora.

Iglesia como pirámide

En el curso de la historia eclesiástica se presentaron cambios en la visión de la conducción de una comunidad. Esos cambios se relacionan con las diferencias en la opinión sobre la iglesia. En la opinión dominante (la ‘rigurosa’) se considera el sacerdocio como parte de una pirámide. La cumbre de esa pirámide, es decir la dirección jerárquica más alta, llega hasta en el cielo y, por lo tanto, participa al máximo de la vida divina. De esa cumbre desciende la vida sobre-natural, por intermediación sacramental-sacerdotal, hacia las regionas más bajas de la Iglesia y llega finalmente, puro abajo por lo tanto, a la base de la pirámide, es decir a los ‘laicos’. Los sacramentos son, esencialmente, ‘medios de la gracia’ y pueden ser eficaces solamente cuando son administrados por funcionarios ordenados. Esta visión de iglesia se consolidó en el curso de los siglos en un sistema jurídico elaborado, que finalmente desembocó en un código eclesiástico.
     En este modelo un sacerdote es ‘ordenado’ al recibir su designación. Significa que se somete a un especie de transformación esencial porque toda su persona y esencia es consagrada/santificada. La ordenación lo incorpora, pues, en la esfera especial de lo sobrenatural y lo santo. Por eso, es elevado, de por sí, por encima de la esfera de lo natural y profano. También por eso es, como único, competente para efectuar actos sacramentales ´validos´ (es decir jurídicamente reconocido).
     Entre el laico y el funcionario ordenado resulta así una diferencia ‘esencial’ que es indeleble. Es evidente que en esta visión no se puede hablar de un sacerdocio de tiempo parcial. Uno es sacerdote en esencia, es decir de la cabeza a los pies, desde la mañana hasta la noche, ‘por lo siglos de los siglos’.

Otro modelo: la Iglesia como cuerpo

Al introducirse un nuevo capítulo en la Constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano Segundo se comenzó a ver otro modelo de iglesia: menos estrictamente jerárquico pero más orgánico y con miras al conjunto de la comunidad. Se acerca a la imagen paulina de la Iglesia como cuerpo. Con eso hubo de nuevo espacio para otra visión sobre la función de un líder en esa comunidad. En el el primer período de la Iglesia la designación de tal líder no significaba una ‘ordenación’. El líder no era transladado por una ordenación a otro ‘orden de ser’ sino aceptado por la comunidad para una función determinada. Podría ser líder y, como Pablo, ejercer al mismo tiempo una ocupación (verse: 1Cor.4,12; Hechos 18,3-4; 20,34). Dentro de esa visión sería raro excluir de antemano a un grupo determinado de personas para ser admitido a tal función porque su ‘esencia’ fuera impura o demasiado profana. El apóstol Pedro recibió una función clave a pesar de ser casado. La iglesia antigua tenía también diaconisas.
      Dentro del modelo jerárquico de iglesia y ministerio aún vigente, el sacerdote ordenado tiene una función de ‘bisagra’ para la administración de la gracia. Esa función es indiscutible y no admite rivalidad desde adentro de la Iglesia. El ministerio ordenado determina la Iglesia. En ausencia de un ministro la Iglesia no puede funcionar. En el modelo de iglesia ‘orgánico’ la cosa es distinta. En él la comunidad de fieles determina la variedad de funciones y ministerios necesaria aquí y ahora. Pero, mientras se piensa desde una rivalidad amenazante, no hay espacio para una cooperación orgánica.
      En concreto, mientras el modelo de iglesia jerárquico siga dominante, no hay lugar para el funcionamiento de las personas que ahora llamamos ‘trabajadores pastorales’. Ellos y ellas no pueden ser vistos sino con suspicacia – desde el punto de vista de iglesia-como-pirámide – porque se teme que surja un ‘clero paralelo’ al lado del sacerdote ‘válidamente ordenado’.

No amenaza sino desafío

Lo que por política de la autoridad eclesiástica actual se concibe como una amenaza, es para los ‘laicos’ activos en muchas comunidades locales una solución. Y por eso también es un desafío. Cuanto más se dan cuenta de estar dentro de una tradición eclesiástica antigua, nuevamente valorada por el Concilio Vaticano Segundo, mejor podrán funcionar y sin prejuicios. La propia creatividad de los fieles será más inspirada cuando más son estimulados. El reconocimiento sin prejuicios de los otros miembros de la comunidad podrá desvanecer la coacción que aún se da en las relaciones recíprocas.

3. EUCARISTÍA

La celebración de la ‘eucaristía’ es rica en significados. La palabra ‘eucaristía’ significa ‘acción de gracias’. En la eucaristía se agradece por la creación, por nuestra vida, por la historia de liberación de Israel y de Jesús. Al mismo tiempo se pide que la fuerza liberadora y creadora de Dios nos lleve hacia delante, nos inspire, nos dé alas y sea para el provecho de todo el mundo, también por intermedio de nosotros. La eucaristía consiste en orar y al mismo tiempo hacer algo: compartir pan y vino. Este orar puede tener varias formas. Desde muy antiguo conocemos las palabras de la consagración en diversas versiones. Estas no son palabras mágicas; hasta pueden faltar, como se ve en textos antiguos.

Sacramento

La eucaristía se llama un ‘sacramento’. La palabra ‘sacramento’ viene del latín y significa: ‘dar una garantía religiosa’. En el ejército romano el juramento militar de fidelidad se llamaba ‘sacramentum’. Esta palabra la tomó la iglesia occidental de habla latina para indicar la celebración de la eucaristía. La palabra que la iglesia oriental griega usa es mejor en cuento al contenido: ‘mysterion’, ‘algo que sale de lo secreto a la publicidad’.
      Si queremos entender la eucaristía debemos partir de lo que hacemos al celebrarla. Esta ‘acción de gracias’ tiene la forma de una comida en comunidad (ritual). La oración indica lo que es especial en esta comida. No comemos juntos abundantemente sino en un gesto sintetizamos, simbolizamos de qué se trata en esta comida. (La palabra ‘símbolo’ viene de la palabra griega ‘symballein’ que significa ‘juntar’.) En neerlandés, como en otros idiomas modernos, las palabras ‘sacramento’ y ‘símbolo’ se apartaron demasiado el uno del otro.

Compartir

La eucaristía no es nuestra ‘propiedad’. La comunidad de fieles reconoce en el compartir del pan y del vino aquello de que trata la Torá, la tradición judía, y cómo tomó forma en Jesús. En esta comida comunitaria el compartir es la parte central. En la celebración de la eucaristía expresamos nuestra confianza, interpretamos y celebramos que la vida, en el fondo, es compartir. Expresamos los unos a los otros y al mundo entero nuestra confianza de que Dios quiere darse a nosotros y nos acepta incondicionalmente y que nosotros queremos darnos a nosotros mismos, imitando a Dios.

Esto nos ha sido entregado como modelo en la vida y acción de Jesús de Nazaret, quien nos ha comunicado su vida hasta en la cruz. Este compartir ilimitado es liberador: nos libera de las ataduras apremiantes, del mal, de nuestras fallas, de los ‘pecados’, de un pasado que nos deprime. Nos da la promesa para el futuro, siempre inseguro, de que también en tal caso podemos confiar en el Dios que es amor.

Presente

Al compartir el pan y el vino, al hacer lo que él hizo, Jesús se encuentra en medio de nosotros. El pan que se parte se refiere expresamente a la vida de Jesús y a su muerte; el vino, a su energía vital, a su fuerza espíritual, a su sangre: en la biblia ‘sangre’ tiene el significado de energía vital.
     En la celebración de la eucaristía el mundo entero está en la mesa. El trabajo del hombre; la violencia entre hombres, individualmente y en grupos; la falta de alimentos, causada muchas veces por las relaciones económicas injustas; el medio ambiente envenenado; el deseo de cada ser humano de ser visto y recibir atención; todo eso llega a la mesa aunque no siempre se menciona con tantas palabras.
     La historia del pueblo judío con el éxodo de la ‘casa de esclavitud’, el viaje por el desierto y la súplica de comida y bebida, el exilio, el regreso a la tierra prometida, pero también el holocausto están en la mesa, como también la historia del judío Jesús, su muerte y resurrección, y toda la historia del bien y del mal de los que han tratado de seguirlo. Que la gente siga celebrando la eucaristía es signo de su esperanza de que habrá un tiempo en que se hará justicia a todo ser humano.

Comida para el camino

La eucaristía une a los seres humanos en torno a Jesús, una víctima que se negó a hacer víctimas a otras personas. Es una comida en el camino de nuestra vida. No es la finalización del proceso de unirse todos los seres humanos o todos los cristianos, del momento en que Dios será todo en todos; todavía nos encontramos en camino. Seres humanos muy diversos pueden juntarse a ella mientras compartan la intención de este ritual. La mesa está abierta también para personas de otras tradiciones religiosas. En la celebración y a través de ella nos convertimos en comunidad. Esa unidad anticipa lo que en la Biblia se llama ‘reino de Dios’ y, finalmente, ‘el nuevo cielo y la nueva tierra’, en que Dios será todo en todos.

Sacrificio

Reconocemos que existe una diferencia de valoración de la eucaristía entre muchos católicos en los Países Bajos y la autoridad eclesiástica en Roma. El énfasis que nosotros ponemos en el carácter de la comunidad de comensales es sentido por la autoridad eclesiástica como una amenaza. Ejemplo de eso es la instrucción Redemptionis Sacramentum (el Sacramento de la Redención) editada por el cardenal Francis Arinze, jefe de la Congregación para la Liturgia, el 25 de marzo de 2004. Esta instrucción fue elaborada en estrecha cooperación con la Congregación  de la Doctrina de la Fe, en ese momento todavía bajo la dirección del cardenal Joseph Ratzinger, quien fue un año después, el 19 de abril de 2005, el papa Benedicto XVI.

El número 38 de la instrucción dice: “la doctrina constante de la Iglesia sobre la naturaleza de la Eucaristía, no sólo convival sino también, y sobre todo, como sacrificio, debe ser rectamente considerada como una de las claves principales para la plena participación de todos los fieles en tan gran Sacramento. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno”.

La regulación de la instrucción está dirigida hacia una exclusión de todo lo que pudiera sugerir que la eucaristía tuviera la forma de una comida. Lo que es el ‘sacrificio’ de la eucaristía queda a oscuras en la instrucción. Opinamos que la entrega de Jesús en su vida y en su muerte puede llamarse un ‘sacrificio’. Este sacrificio se hace presente aquí y los que están presentes se unen a este sacrificio. Esto lo describimos al hablar de ‘compartir’ y de darse a sí mismo.

La preferencia de la Instrucción por la palabra ‘sacrificio’ se relaciona con el énfasis unilateral en el carácter vertical de la eucaristía. Aqui se presupone una imagen de la antigua filosofía: todo lo bueno desciende de lo alto hacia abajo, gradualmente, por intermedio del que preside, quien representa a Jesús entre los hombres. El acontecimiento descendente es respondido por los fieles con un acontecimiento ascendente – por intermedio del que preside – lo que se llama ‘sacrificio’.
     Al preferir esta imagen se defiende más facilmente una noción del ministerio en que el que preside puede llamarse un servidor, pero es puesto siempre un grado más alto que sus iguales, los fieles, y así, investido con poder sobre ellos. Aunque se confiesa con la boca que la eucaristía es el centro de la liturgia de la iglesia, la celebración de la eucaristía se hace así dependiente del que preside y, de hecho, el sacramento del orden es el más importante.

La eucaristía es en nuestro entender un compartir entre hermanos y hermanas el pan y el vino, con lo cual Jesús está en medio de nosotros.

4. QUIENSE PRESIDEN EN LA IGLESIA

El ministerio de quien preside es de mucha importancia en toda comunidad eclesial, como una de las funciones que se necesita para mantener vivo el relato de Jesús en la comunidad. La comunidad, por tanto, tiene derecho a contar con la asistencia de funcionarios como personas que marcan el paso y animan, como figuras de identificación evangélica. Como también tiene derecho a la celebración de la eucaristía como sacramento de unidad y solidaridad del uno con el otro y con Cristo.
     Desde el punto de vista bíblico y teológico ninguna forma de servicio ministerial es la única posible o legítima. La reflexión sobre la historia eclesiástica no nos da respuesta clara y uniforme a los problemas actuales respecto al ministerio eclesial pero sí nos da alternativas que hacen pensar.

Fases en la historia

El servicio ministerial eclesial muestra en el primer milenio una forma cambiante, paralela a los patrones culturales, y desarrollos variados según las sociedades distintas de Palestina, Asia Menor, Grecia, Roma y Egipto.

En la iglesia primitiva todos los miembros de las comunidades eclesiales son iguales con base en su bautismo: “Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay diferencia entre judío y pagano, entre esclavo y hombre libre, entre varón y mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Galatas 3,27-28) Todo bautizado y bautizada está, con sus talentos y dones (‘carismas’) al servicio de la comunidad de iguales.
     En la vida ricamente variada de las comunidades en la iglesia primitiva hay, por supuesto, quienes presiden, animan las actividades misioneras, catequísticas, proféticas, litúrgicas y muchas otras con las cuales los cristianos viven su fe, en responsabilidad común, para la construcción de su comunidad. El funcionamiento de quien preside es experimentado como necesario para la cunstrucción en la línea apostólica y para el mantenimiento del patrimonio apostólico, es decir del evangelio. Las comunidades eligen y ‘llaman’ a su líder entre ellos mismos con base en las cualidades de liderazgo comprobadas. El papa Leon Magno (440-461) hace constar: “El que debe conducir al todos, debe ser elegido por todos”. Estos líderes comunales son incorporados, ‘ordenados’, en el conjunto de todos los servicios y actividades. Como cosa natural, los líderes comunales también presiden las celebraciones eucarísticas.

Después de la primera generación de los seguidores de Jesús los servicios dentro de las varias comunidades eclesiales son organizados, poco a poco, en forma más uniforme. También crece la necesidad de revestir la ‘ordenación’ de los líderes con un servicio litúrgico. La imposición de las manos por los líderes de comunidades vecinas da expresión a la colegialidad entre las comunidades eclesiales en forma creativa.

Celibato

Ni la iglesia oriental ni la occidental piensa, en los primeros diez siglos, en hacer del celibato, del estado de no casado, una condición para ejercer el ministerio. Tanto varones casados como no casados son bienvenidos como ministros. Al final del siglo cuarto se introdujo en la legislación eclesiástica – de acuerdo con la cultura de esa época – una ley de continencia, como ley litúrgica: la prohibición de contacto sexual en la noche anterior a la comunión eucarística. Como costumbre ya existía hacía tiempos. Cuando se comenzó a celebrar la eucaristía todos los días, al final del siglo cuarto, en la iglesia occidental, esto significaba en la práctica para los sacerdotes casados una continencia permanente. La iglesia occidental registra en una ley esta continencia para sus sacerdotes casados: la ley de continencia.
     Después de que en el siglo cuarto el cristianismo se convirtió de religión perseguida en religión estatal, el clero en la iglesia adopta cada vez más el estatuto de portador de autoridad. Lo que antes era ministerio de diaconía, un servicio, se expresa de ahora en adelante en términos de poder: poder de ordenación, poder de jurisdicción. El servicio de funcionario se volvió poder de funcionario. La pregunta ‘quién es capaz de ser líder?’ se cambia por ‘a quién se le permite ser líder?’. La iglesia se clericaliza. Los fieles – ahora ‘laicos’- se convierten de sujetos de fe, animados por el Espíritu, en objetos de la pastoral sacerdotal. El sacerdocio se reduce a presidir la eucaristía y la comunidad de fe se reduce a comunidad que celebra la eucaristía.

En 1139 el Segundo Concilio de Latrán reemplaza la ley de continencia que desde el siglo cuarto regía para los sacerdotes, por la ley del celibato. Esta ley del celibato tiene, como medida drástica, la intención de imponer, por fin y efectivamente, la ley de continencia ya que esta no se observaba mucho, a pesar de las sanciones y castigos económicos. Desde entonces el sacerdocio es un impedimento de invalidez para el matrimonio y solo no casados pueden hacerse sacerdotes y solo varones célibes ordenados pueden presidir (la eucaristía). El Código Canónico indica la ordenación sacerdotal como impedimento de invalidez para el matrimonio (canon 1087). El Cuarto Concilio de Latrán decide expresamente en 1215 que solo un sacerdote válidamente ordenado puede pronunciar válidamente las palabras de la consagración.

A partir del siglo 17 el sacerdocio de Jesús ya no se basa en que es hombre sino en que es Dios. Esto tiene como consecuencia que también el sacerdocio eclesiástico va a particpar del poder divino. Los sacerdotes ya no son ‘incorporados’ por la comunidad de fe para  mantener y continuar el relato y la imitación de Jesús en la comunidad, sino son ‘consagrados’ por el obispo para poder celebrar la eucaristía. La iglesia se vuelve una iglesia jerárquica, una iglesia de arriba hacia abajo, como una pirámide con la cumbre en el cielo, desde donde la gracia de Dios a través de la jerarquía corre abundantemente hacia la base. Esto se explicó más ampliamente en el capítulo sobre ‘Qué es la Iglesia”?.

El Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) cambia fundamentalmente esta imagen de la Iglesia: después de una discusión larga e intensa se optó por anteponer, en el documento sobre la Iglesia, al capítulo sobre la jerarquía un capítulo (nuevo) sobre el pueblo de Dios. Después de este se califica a la jerarquía como al servicio del pueblo de Dios. Así, pues, una pirámide inversa.

Cómo continuar?

Al alterarse la predominante imagen del ser humano y del mundo, al cambiarse las relaciones socio-económicas y al surgir una nueva sensibilidad socio-cultural, el régimen eclesiástico, históricamente determinado, contradice e impide, de hecho, aquello que quiso asegurar en tiempos antiguos: la construcción de una comunidad cristiana. Uno puede preguntarse si – y hasta dónde – formas y prescripciones que en aquel tiempo eran comprensibles y sensatas y, por tanto, realistas, hoy día todavía son sensatas y realistas, o quizá contraproducentes.
     Pensamos aquí especialmente en la ley eclesiástica que permitía sólo a varones  célibes el ministerio de presidir y la ley que excluía a mujeres de este ministerio. Históricamente una antropología anticuada y una visión sobre la sexualidad de la antigüedad hicieron surgir estas leyes. Son leyes eclesiásticas y por tanto humanas y no divinas.

El papa Juan XXIII abogaba, al convocar el Concilio Vaticano Segundo, por una iglesia con las ventanas abiertas hacia el mundo contemporáneo. Una iglesia que quiera estar al día debe tener la valentía y tomar la libertad de abolir las leyes con las cuales se ahogan en muchas partes la vitalidad de la comunidad y la celebración de la eucaristía. Prácticas ´ilegales´ en la base han convencido a menudo a la autoridad eclesiástica de la sensatez de cambiar prescripciones existentes. Nuevos experimentos pueden ser indicadores valiosos hacia formas actualizadas de ser iglesia. En nuestra sociedad occidental son los no casados más aptos de por sí que los casados para presidir una comunidad de fe? Y son los varones, en nuestro patrón cultural occidental, más aptos que las mujeres para animar y conducir una comunidad? Nuestra respuesta y la respuesta de muchísimos fieles a estas preguntas es un ‘no’ rotundo.

La escasez actual de sacerdotes es absolutamente innecesaria y en ese sentido irreal. En muchas parroquias hay varones y mujeres que en este momento son activos de manera confortante e inspirante como iniciadores y animadores modernos, como modelos de indentificación evangélicos. Muchos miembros de la comunidad quisieran incorporarlos con confianza y gusto como sus líderes comunales y como los que presidieran sus asambleas litúrgicas. Pensamos aquí en primer lugar en las y los trabajadores pastorales, oficialmente nombrados, pero también en los muchos voluntarios y voluntarias. Estas mujeres y estos varones se encuentran en el corazón de sus comunidades de estructura simple. Esto vale a menudo más para ellos que para los sacerdotes ordenados. Estos son nombrados para presidir las celebraciones sacramentales, sobre todo la eucaristía, muchas veces en varias parroquias. Inevitablemente se vuelven cada vez más ‘extraños’ para los feligreses, para desánimo y frustación de ellos mismos.

Criterios

A qué criterios debe responder un lider de la comunidad?

  • Quienes presiden las celebracions locales deben ser fieles entusiastas. Ser mujer o varón, homo- o hetero-sexual, casado o no, no importa. Lo que importa es una actitud de fe inspiradora.
  • Quienes presiden han de ser expertos, es decir: tener los conocimientos para saber tratar las Escrituras y el material de las tradiciones cristinanas de modo que sean capaces de predicar.
  • Quienes presiden podrían ser juzgados por la comunidad local también en cuanto a su creatividad litúrgica.
  • Para quienes presiden es también importante que tengan un talento organizativo flexible, dirigido hacia la posibilidad de que continúe la vida comunal.

Petición

Abogamos con éfasis por que nuestras comunidades eclesiales, las parroquias, en la actual situación de emergencia por la falta de sacerdotes célibes ordenados, tomen creativamente la libertad, teológicamente defendible – y que se acepte eso – para eligir, entre ellos mismos, a su propio líder o en caso dado a su equipo de líderes.
     Con base en la posición preferencial del ‘pueblo de Dios’ por encima de la jerarquía – pronunciada con tantas palabras durante el Concilio Vaticano Segundo – se puede esperar que el obispo diocesano, después de consulta apropiada, confirme esta elección con la imposición de sus manos.

En caso de que el obispo se niegue a la ordenación con base en argumentos que no tocan la esencia de la eucaristía, como la obligación del celibato, entonces las parroquias pueden confiar en que celebran eucaristía real y verdaderamente cuando orando comparten pan y vino.
     Abogamos por que las parroquias actúen en eso con más confianza en si mismas y con coraje. En situaciones similares las parroquias pueden mutuamente confirmar su política y, eventualemente, corregir. Es de esperar que, también por esta práctica relativamente nueva, los obispos tomen en el futuro la responsabilidad para con su misión de servir y aun confirmen a los líderes locales en su ministerio.

Finalmente queremos expresar otra vez con énfasis que esta petición está basada en pronunciamientos del Concilio Vaticano Segundo y en la literatura profesional de teología pastoral, en libros y revistas que aparecieron desde este Concilio. De esto se encuentra una selección más adelante.

El pastor suizo Kurt Marti, conocido por sus declaraciónes precisas, muy adecuadas y verdaderas, escribió alguna vez:

            Dónde quedamos
            si todos dicen dónde quedamos
            pero nadie iba va a averiguar
            dónde nos quedaríamos si camináramos.

LITERATURA CONSULTADA

Centro agustino ‘de Boskapel’, Nimega. Resultaten t.b.v. Veldonderzoek Basisgemeenschappen/Organisaties (Resultados de un investigación de campo sobre comunidades u organizaciones de base). Febrero de 2005.
Grupo de consulta ‘Geloven en Kerkelijke Gemeenschap’ (‘Creer en la comunidad eclesial’) del Consejo de Iglesias de los Países Bajos. Gespreksnotitie over het Ambt in de oecumenische discussie (Informe sobre el Ministerio en la discusión ecuménica). Amersfoort, febrero de 2005.
Concilium 1969, n. 3: ‘El ministerio y la vida del sacerdote en el mundo de hoy’, con W. Kasper (pp. 22-45 y sobre todo pp. 25-28 sobre la motivación eclesiológica en vez de cristológica del ministerio).
Concilium 1972, n. 10: ‘Los ministerios en la iglesia’, sobre todo A. Lemaire, De servicios a ministerios. Los servicios eclesiásticos en los dos primeros siglos (pp. 36-49), P. Kearny, Motivos del Nuevo Testamento para otro régimen eclesiástico ‘sobre todo pp. 62-64 sobre la aplicación en la situación actual) y P. Fransen, p. 109, sobre ‘estrechamiento del ministerio en la visión cultual’.
Concilium 1980, n. 3: ‘El derechto de la comunidad a un sacerdote’; también con informes de experiencias en varios países y el artículo final de Edw.Schillebeeckx o.p., ‘Comunidades cristianas y sus ministros’, pp. 77-103.
FitzPatrick P.J., In Breaking the Bread. The Eucharist and Ritual. Cambridge 1993.
Kerk aan de stadsrand (Iglesia en la periferia de la ciudad). Libro de amigos en la despedida de Theo van Grunsven en Dukenburg, Nimega. Damon, Budel, 2004.
Philips, Mgr.G., De dogmatische constitutie over de kerk (La Constitución dogmática sobre la iglesia). Anveres, 1967.
Pohl –Patalans, U., Von der Ortskirche zu kirchlichen Orten (De la iglesia local a ‚locales’ – sitios – eclesiásticos). Göttingen, 2004. Ver: Tijdschrift voor Theologie, 2005, n. 3, p. 327.
Priester für heute. Antworten auf das Schreiben Papst Johannes Pauls II an die Priester (Sacerdotes para hoy. Respuestas al mensaje del papa Juan Pablo II a los sacerdotes), Kösel-München, 1980, p. 34-50: Peter Eicher, Priester und Laien – im Wesen verschieden? Zum lehramtlichen Ansatz der notwendigen Kirchen Reform (Sacerdotes y laicos – distintos en esencia? Hacia un planteamiento doctrinal de la necesaria reforma eclesiástica).
Schillebeeckx o.p., Edward, Ambt in dienst van gemeenteviering (Ministerio al servicio de la celebración). En: Basis en Ambt. Bloemendaal, 1979,  pp. 43- 90 (sobre todo pp. 78-88).
Id., Kerkelijk Ambt. Voorgangers in de gemeente van Jezus Christus (Ministerio eclesiástico. Líderes en la comunidad de Jesucristo).Bloemendaal, 1980, sobre todo pp. 88-96.
Id., Pleidooi voor mensen in de kerk. Christelijke identiteit en ambten in de kerk. (Identidad cristiana y ministerios en la iglesia). Baarn, 1985.
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Schüssler Fiorenza, Elisabeth, Ter herinnering aan haar. Een feministisch-theologische reconstructie van de oorsprongen van het christendom (En memoria de ella. Una reconstrucción teológica feminista de los orígenes del cristianismo. Hilversum 1987 (origin. 1983).
Tigcheler, J., Bouwen op het fundament van apostelen en profeten (Construir sobre el fundamento de los apóstoles y profetas). En: Speling 57, 2005, n. 4, pp. 15-24.
Willems o.p., Ad, Kerkelijke gemeenschap en kerkelijke leiding in de Concilieconstitutie over de kerk (Comunidad eclesial y dirección eclesiástica en la Constitución conciliar sobre la iglesia). En: Tijdschrift voor Theologie, 6 (1966), pp. 51-59.
Id., Moeten voorgangers ‘priester’zijn? (Deben los líderes ser sacerdotes?) En: Kosmos en Oekumene, n.4/5, 1977, pp. 103-108.
Id., Leiden tot leven. Sacramentaliteit van wijding en aanstelling (Conducir hacia la vida. Sacramentalidad de la ordenación y el nombramiento). En: Kerugma, 38, 1995, n.4, pp. 2-12.

Traducción al español de ‘Kerk & Ambt’ por Isaac Wüst y Noel Olaya.
Publicación bajo la responsabilidad de Kerk Hardop, Países Bajos.


(1) El texto original en neerlandés usa el término ‘voorganger’, término muy usual en los Países Bajos pero difícil de traducir: ‘el o la que va por delante’ (en una comunidad eclesial o en una celebración litúrgica). Aquí se ha optado por traducir con ‘quien preside’, ‘ministro’, ‘líder’, según el contexto.

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Como sólo hablo castellano, les escribo simplemente para decirles desde Montevideo Uruguay, que me gusta mucho vuestro enfoque, están creando la nueva Iglesia del III milenio. Un abrazo fraternal Gabriel Sánchez
Gabriel Sánchez - Montevideo



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