Memorándum de profesoras y profesores universitarios de teología  
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15/12/11

Memorándum de profesoras y profesores universitarios de teología
sobre la crisis de la Iglesia católica en Alemania

Iglesia 2011: Un resurgimiento imprescindible

Ha pasado poco más de un año desde que se han hecho públicos los casos de abuso sexual en niños y jóvenes por sacerdotes y religiosos en el Colegio Canisius en Berlín/Alemania. Siguió un año que ha sumergido la Iglesia católica en Alemania en una crisis sin precedentes. El resultado visible que hoy se ve es ambivalente: se ha empezado para hacer justicia a las víctimas, remediar las injusticas y detectar las causas de abuso, encubrimiento y doble moral en las propias filas. En muchos cristianos y cristianas responsables con y sin ministerio ha crecido –después de la inicial indignación – la convicción de que reformas de fondo son necesarias. La llamada a un diálogo abierto sobre las estructuras de poder y de comunicación, sobre la forma del ministerio eclesial y la participación de los fieles en la responsabilidad, sobre la moral y la sexualidad ha despertado expectativas, pero también temores: ¿Acaso la última ocasión para un despertar de la paralización y resignación se está echando a perder por dejar pasar o minimizar la crisis? La incomodidad de un diálogo abierto sin tabúes da miedo, más todavía con la visita del papa en el horizonte. Pero la alternativa de un silencio sepulcral, porque las últimas esperanzas se han frustrado, no puede ser la solución.

La profunda crisis de nuestra Iglesia exige hablar también de esos problemas que a primera vista no tienen que ver directamente con el escándalo del abuso y de su encubrimiento por décadas. Como profesores y profesoras de teología ya no podemos quedarnos callados. Nos vemos en la responsabilidad de contribuir a un verdadero comienzo nuevo. 2011 tiene que ser un año de renacer para la Iglesia. El año pasado, en Alemania, han dejado más cristianos y cristianas la Iglesia que nunca antes; han cancelado su lealtad a la jerarquía eclesial o han privatizado su vida de fe, para protegerla de la institución. La Iglesia tiene que entender estos signos y ella misma tiene que salir de las estructuras osificadas para recuperar nueva fuerza vital y credibilidad.

La renovación de las estructuras eclesiales no podrá lograrse con el temeroso aislamiento de la sociedad, sino solamente con el valor de la autocrítica y con la aceptación de impulsos críticos – también desde afuera. Esto forma parte de las lecciones aprendidas del año pasado: La crisis del abuso no se habría asumido con tanta decisión sin el acompañamiento crítico por la opinión pública. Solamente mediante la comunicación abierta, la Iglesia puede recuperar confianza. Solamente si la autoimagen y la imagen externa de la Iglesia coinciden, puede ser creíble. Nos dirigimos a todos y todas, que todavía no han renunciado a esperar un renacer de la Iglesia y a luchar por ello. Hacemos nuestras las señales para la salida de la crisis y el diálogo, que algunos obispos han dado en los últimos meses en sus charlas, homilías y entrevistas.

La Iglesia no es un fin en sí misma. Tiene la misión de anunciar al Dios liberador y amoroso de Jesucristo a todas las personas. Esto solamente puede hacerlo si ella misma es espacio y testigo creíble del mensaje liberador del evangelio. Su hablar y actuar, sus reglas y estructuras, todo el trato de las personas adentro y afuera de la Iglesia tienen que cumplir la exigencia de reconocer y promover la libertad de los seres humanos como creaturas de Dios. Respeto incondicional a cualquier persona humana, respeto a la libertad de conciencia, compromiso con el derecho y la justicia, solidaridad con los pobres y perseguidos: Estos son medidas teológicas fundamentales que resultan del compromiso de la Iglesia con el Evangelio. En esto se concretiza el amor a Dios y al prójimo.

El seguir la Buena Nueva liberadora del Evangelio implica una relación diferenciada con la sociedad moderna: En algunos aspectos, la sociedad se ha adelantado a la Iglesia, cuando se trata del respeto a la libertad, mayoría de edad y responsabilidad del individuo; de esto la Iglesia puede aprender como ya ha resaltado el Concilio Vaticano II. En otros aspectos una crítica de esta sociedad desde el espíritu del Evangelio es indispensable, por ejemplo cuando personas son calificadas solamente según su rendimiento, cuando la solidaridad recíproca se pierde o la dignidad humana se pisotea.

De todas maneras: El anuncio de libertad del Evangelio es el criterio para una iglesia creíble, para su actuar, para su conformación social. Los desafíos concretos que tiene que enfrentar la Iglesia no son en absoluto nuevos. Sin embargo, no se peciben reformas orientadas al futuro. El diálogo abierto tiene que dirigirse hacia los siguientes campos de acción:

1. Estructuras de participación

En todas las áreas de la vida eclesial, la participación de los fieles es una piedra de toque para la credibilidad del anuncio liberador del Evangelio. Según el principio antiguo de derecho: „Lo que concierne a todos, debe ser decidido por todos“, se necesitan más estructuras sinodales en todos los niveles de la Iglesia. Los fieles deben participar en el nombramiento de ministros ordenados importantes (obispo, párroco). Lo que se puede decidir al nivel local, deber ser decidido ahí. Las decisiones tienen que ser transparentes.

2. Comunidad

Las comunidades cristianas deben ser espacios en los cuales las personas comparten bienes espirituales y materiales. Pero actualmente la vida de las comunidades se deshace. Bajo la presión por la escasez de sacerdotes se construyen cada vez unidades administrativas más grandes : „parroquias XXL“, en las cuales ya no se puede experimentar cercanía y sentimiento de pertenencia. Identidades históricas y antiguas redes sociales se abandonan. Se quema a los sacerdotes y éstos se abrasan. Los fieles se distancian, si no se les confía corresponsabilidad en estructuras democráticas de la dirección de su comunidad. El ministerio eclesial tiene que servir a la vida de las comunidades, no al revés. La Iglesia necesita también sacerdotes casados y mujeres en el ministerio ordenado.

3. Cultura jurídica

El respeto y reconocimiento de la dignidad y libertad de cada persona se muestra especialmente cuando se resuelven los conflictos de una manera justa y respetuosa. El derecho canónico solamente merece este nombre si los fieles realmente pueden reclamar sus derechos. Urge mejorar la protección de los derechos en nuestra Iglesia y una cultura jurídica: un primer paso para avanzar es la creación de una jursidicción administrativa eclesial.

4. Libertad de conciencia

El respeto a la conciencia personal significa, tener confianza en la capacidad de decisión y responsabilidad de las personas. Promover esta capacidad es también tarea de la Iglesia; pero no debe convertirse en tutela . Tomar en serio esto concierne sobre todo el área de las decisiones personales y de los estilos de vida individuales. La valoración eclesial del matrimonio y del celibato está fuera de cuestión. Pero esto no implica, excluir a personas que viven responsablemente el amor, la fidelidad y el cuidado mútuo en una relación de pareja con personas del mismo sexo o a aquellos divorciados y vueltos a casar.

5. Reconciliación

La solidaridad con los „pecadores“ supone tomar en serio el pecado en las propias filas. A la Iglesia no le corresponde oracticar un rigorismo moralista ególatra. La Iglesia no puede predicar la reconciliación con Dios sin crear en su propio hacer las condiciones de reconciliación con aquellos, frente a los que ella misma se ha hecho culpable: por violencia, por privación de justicia, por perversión del mensaje liberador de la Biblia en una moral rigorista sin misericordia.

6. Celebración

La liturgia vive de la participación activa de todos los fieles. Experiencias y expresiones actuales tienen que tener su lugar. La liturgia no puede congelarse en tradicionalismo. Pluralidad cultural enriquece la vida litúrgica y no va con tendencias de una unificación centralista. Solamente si la celebración de la fe incorpora situaciones concretas de la vida, el mensaje eclesial llegará a las personas.

El proceso de diálogo eclesial comenzado puede llevar a la liberación y un nuevo renacer, si todas las personas involucradas están dispuestas a enfrentarse a las preguntas urgentes. Se trata de buscar soluciones mediante el intercambio libre y justo de argumentos, que saquen a la iglesia de su solipsismo paralizante. ¡A la tormenta del año pasado no puede seguir la calma! En este momento, dicha calma sólo podría ser un silencio sepulcral. Miedo nunca ha sido un buen consejero en tiempos de crisis. Los cristianos y las cristianas están invitados por el Evangelio a mirar hacia el futuro con ánimo y –respondiendo a la palabra de Jesús– a caminar sobre el agua como Pedro: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Tan pequeña es su fe?“

(Ver Memorandum Freiheit und Petition.)


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